El refugio de Santa Marina

Fuente: Salamanca24horas.com
Cuenta la leyenda que en tiempos de la invasión árabe había en la aldea de Las Uces una joven cristiana de singular belleza. Marina era el vivo ejemplo de que los ángeles también podían descender a la tierra para encarnarse. Pero si su hermosura era grandiosa, más su bondad. Por eso era respetada entre sus vecinos. Los jóvenes suspiraban por ella, intentando conquistarla, pero el corazón de la doncella todavía no había abierto las puertas al amor. No estaba preparado para recibir, sino para dar.
 
Hasta la ribera del Duero llegó un caudillo musulmán que nada más verla quedó profundamente prendado. Valiéndose de su poder, comenzó a cortejarla con innumerables regalos, agasajándola por doquier. Pero la joven Marina lo rechazaba una y otra vez sutilmente. El caudillo insistía, encontrando la misma respuesta. Estaba desesperado. Ya no sabía qué hacer para lograr ablandar su corazón, para encontrar un resquicio por el que poder introducir la semilla de un sentimiento que fuera creciendo con el paso del tiempo. Tales eran los sentimientos que acabaron por nublar su razón. El enloquecido árabe quiso tomar por la fuerza a Marina. Deseaba poseerla. Era suya. De una forma u otra debía estar a su lado. 
 
Nada más mirar sus encolerizados ojos, la doncella supo que las intenciones de su pretendiente ya no eran honestas, por lo que decidió huir. A la carrera, se dirigió hacia el río implorando a la Virgen María que la auxiliara. Entonces, impulsada por una extraña fuerza, Marina comenzó a brincar cual gacela por los montes más pedregosos. Sin embargo, ni siquiera las alas que el cielo otorgó a los pies de la joven cristiana eran suficientes para desembarazarse del posesivo árabe, cuyo caballo avanzaba raudo en un interminable persecución.
 
Al llegar a orillas del Duero, Marina imploró de nuevo a la Virgen y ésta elevó las aguas cuando ya había cruzado el río para así cortar el paso al perseguidor, cual Moisés en la huída de Egipto. Pero el caudillo musulmán no se detuvo y nadó contracorriente. Ella lo observaba aterrorizada desde la otra orilla. Era imposible. Ni siquiera con ayuda celestial era capaz de burlar a su acosador. ¿Acaso era el mismísimo demonio en busca de una presa? Ante la desesperación, Marina hincó las rodillas en el suelo, apretó sus manos con fuerza y alzando la vista solicitó un último favor. 
 
El musulmán había logrado ya cruzar el río. Estaba a escasos metros de la joven. Una tímida sonrisa denotaba su ánimo vencedor en tan ominosa persecución. Amainó el resuello tras el esfuerzo derrochado y se dirigió firme hacia su presa. La joven cristiana dio media vuelta y en un último intento gritó a la roca que le cortaba el paso: ¡Ábrete peña sagrada, que viene Marina cansada! El caudillo brincó sobre ella, pero, de repente, la roca se abrió para engullir a la doncella y provocar que su perseguidor estampara la frente contra la piedra, causándole una herida mortal. En recuerdo de aquel hecho se construyó en el lugar la iglesia de Santa Marina de la Verde, donde una inscripción recuerda que “Entre la vida y la muerte no hay espacio ninguno; en un instante se acaba lo que se vive en el mundo”.

©Todos los derechos reservados, reyconet.es